Cuando las iglesias dejan de competir y comienzan a colaborar; el reino de Dios avanza

 

Por Luis Alberto Sánchez

En las juntas de directorios en Monterrey, hemos aprendido que las mejores decisiones nacen cuando voces diferentes aportan perspectivas complementarias. Nadie espera que el CFO piense igual que el director de marketing, o que recursos humanos vea los problemas como ingeniería. La diversidad no es obstáculo; es fortaleza estratégica.

Cuando Jesús oró "para que todos sean uno " en Juan 17:21, no estaba pidiendo uniformidad religiosa organizacional. Estaba revelando algo mucho más profundo sobre cómo el Reino de Dios opera en ciudades como la nuestra. Su oración continúa con un propósito específico: "para que el mundo crea que tú me has enviado." La unidad de la iglesia no es solo para nuestro beneficio interno; es el testimonio más poderoso que podemos dar a una ciudad fragmentada.

Sin embargo, muchos pastores operamos como si cada congregación fuera una empresa independiente compitiendo por la misma clientela. Medimos éxito en términos de crecimiento numérico propio, protegemos nuestras "ventajas competitivas" ministeriales, y secretamente nos comparamos con las iglesias vecinas como si fueran amenazas comerciales.

La Escritura es clara en que este enfoque contradice fundamentalmente el propósito de la iglesia. En Efesios 4:11-16, Pablo explica que Cristo dio diferentes dones y ministerios "a fin de capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo. De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe "

Observa la lógica bíblica: la diversidad de dones existe precisamente para la unidad del cuerpo. Pablo no describe iglesias individuales compitiendo por territorio, sino ministerios complementarios construyendo juntos algo que ninguno podría lograr solo. La palabra griega que usa para "edificación" (oikodomé ) es un término arquitectónico. Habla de construcción colaborativa, donde cada componente cumple una función específica en la estructura total.

El problema radica en cómo definimos "éxito" ministerial. La mentalidad empresarial secular mide éxito por cuota de mercado capturada. Tim Keller, en Iglesia Centrada , advierte que cuando las iglesias adoptan este paradigma, corren el riesgo de comprometer su llamado bíblico. Él propone que el criterio no debe ser el tamaño de la congregación, sino la “fecundidad” espiritual: la fidelidad a la misión de Dios y el fruto transformador que se produce en la ciudad. Desde esta perspectiva, el verdadero éxito se mide por el impacto redentor en la comunidad y no por métricas competitivas. Jesús mismo nos enseña un paradigma completamente diferente en Marcos 9:35: "Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos." En el Reino de Dios, grandeza se mide por servicio sacrificial, no por competencia ganada.

La Biblia nos presenta una perspectiva que desafía tanto el pensamiento secular como el religioso tradicional: las iglesias locales no existen principalmente para crecer como organizaciones individuales, sino para manifestar colectivamente la realidad del Reino de Dios en contextos urbanos específicos.

Si tomamos en serio lo que Jesús dice sobre la unidad, entonces cada congregación debe verse como parte de un ecosistema divino más amplio. En términos que cualquier empresario regiomontano entendería: somos subsidiarias de la misma corporación celestial, no competidores en el mismo mercado.

Esto transforma radicalmente cómo operamos. En lugar de duplicar ministerios por orgullo institucional, podemos especializarnos según nuestras fortalezas para servir al ecosistema completo. La iglesia conexperiencia sólida en adicciones sirve a toda la red. La congregación con recursos financieros apoya plantaciones en zonas desatendidas. La denominación con experiencia en matrimonios equipa a otras en este ministerio.

El Evangelio no solo cambia individuos; transforma la manera en que las iglesias se relacionan entre sí. Porque si realmente creemos que Cristo es Señor de toda la ciudad, entonces trabajamos juntos para su transformación completa, no para el crecimiento de nuestras parcelas territoriales.

En el contexto de Monterrey, esto significa aprovechar nuestra cultura natural de colaboración empresarial para el Reino. Así como CEMEX no ve a sus proveedores como competencia sino como socios estratégicos, las iglesias podemos formar alianzas que multipliquen nuestro impacto urbano.

Imagina iglesias prestándose instalaciones para eventos que superan la capacidad individual. Pastores derivando familias a congregaciones donde recibirán mejor cuidado pastoral. Denominaciones compartiendo recursos para programas sociales que ninguna podría sostener sola. Ministerios colaborando en iniciativas de transformación urbana que requieren escala y diversidad de perspectivas.

La pregunta no es si tenemos recursos suficientes para impactar Monterrey, sino si tenemos corazones suficientemente grandes para celebrar cuando Dios usa a otras iglesias más que la nuestra. El Evangelio nos libera de la necesidad de proteger nuestro territorio porque nuestro valor no viene del éxito institucional, sino de nuestra identidad como hijos del Rey.

Esto requiere muerte del ego, sí, pero también visión estratégica. Un ecosistema de iglesias colaborando es exponencialmente más efectivo que congregaciones fragmentadas compitiendo. La ciudad nota cuando algo genuinamente diferente ocurre entre nosotros.

Jesús mismo nos recuerda en Juan 13:35: "De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros." Cuando las iglesias dejamos de competir y comenzamos a colaborar auténticamente, estamos demostrando una realidad que el mundo secular no puede replicar: una comunidad que antepone el bien común a sus intereses institucionales.

La Escritura promete que cuando operamos según los principios del Reino, Dios multiplica nuestros esfuerzos de maneras que superan nuestros cálculos humanos. En Monterrey, tenemos la oportunidad de demostrar que el Evangelio no solo cambia corazones individuales, sino que transforma la manera en que las instituciones se relacionan para el florecimiento de toda una ciudad.

¿Está tu iglesia lista para medir éxito no solo por su crecimiento individual, sino por la transformación de todo Monterrey? El Reino de Dios te invita a una colaboración más grande y más gloriosa de lo que cualquier congregación podría lograr sola.

"La ciudad no será transformada por la iglesia más grande, sino por una iglesia unida que sirve más allá de sus propios muros."

 
 

Sobre el Autor:

  • Luis Alberto Sánchez es un pastor plantador de iglesias en Monterrey, México. Es un miembro activo del Ecosistema Monterrey, una red de líderes y ministerios que colaboran para el florecimiento de la ciudad a través del evangelio.